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20070411

Discurso del Señor Presidente Arquitecto Fernando Belaunde Terry en el Encuentro Internacional de Punta del Este (Uruguay, 13-04-1967)

Excelentísimo señor Presidente del Uruguay, excelentísimos señores Presidentes, Jefes de Gobierno del continente todo:

La historia elocuente y gloriosa del Uruguay en su etapa republicana, tiene un primer capítulo con un nombre ilustre, el nombre de Artigas en este momento que nos reunimos las naciones en Punta del Este, esta república inquieta, buscando siempre soluciones, llena de buena intención en su trayectoria democrática, reabre un nuevo capítulo que tiene el nombre de Gestido.

Al presidente Gestido nuestros votos más fervientes por que el nuevo capítulo de la historia republicana del Uruguay sea como los anteriores, glorioso, y que sobrepase en realizaciones en beneficio de su pueblo.

Sería inútil que yo intentara repetir lo que tan bien se ha dicho ya en estas dos reuniones. Quisiera simplemente agregar algo sobre la puesta en marcha del documento que se ha estudiado y que se va a suscribir. Documento que será bueno si lo cumplimos; malo o estéril, si lo incumplimos.

Por ello, yo quisiera decir a través de esta alta tribuna a los pueblos de América que nuestra atención debe ponerse ahora en el celoso y riguroso cumplimiento de lo que se ha acordado. Ese documento no debe ir al archivo de las Cancillerías ni tampoco debe cumplirse a medias: debe cumplirse en su integridad con fidelidad y con celeridad, porque de otra manera estaríamos defraudando a los pueblos de América que tienen sus ojos puestos en esta asamblea.

Por eso debemos ser francos en la autocrítica, en la evaluación de nuestros muchos errores y en la determinación de los derroteros inmediatos y futuros. Evidentemente mucho se ha hecho desde la reunión anterior, pero no todo lo que nuestros pueblos desean y reclaman. Evidentemente ha quedado aquí un recuerdo de esa figura señera y juvenil del Presidente Kennedy. Evidentemente se ha hecho esfuerzos, se ha hecho gastos, se ha presentado cifras; pero las cifras no importan, no importa lo que se haya gastado, lo que importa es lo que se ha realizado y —sobre todo— lo que se ha dejado de hacer.

Por ello, yo quiero hacer un llamado a tan ilustres miembros de esta asamblea para que, como ejecutivos, hagamos todos un esfuerzo por ejecutar lo que se ha convenido.

Y quiero hacer un llamado a nuestros pueblos con la convicción de que la solución de sus problemas está en ellos mismos; que no depende de un crédito o de un préstamo —que pueden ser herramientas convenientes para su desarrollo—; que depende sobre todo de su propia voluntad de trabajo, de su propia decisión de emprender por sí mismos la solución de sus problemas.

Y en esto no puedo dejar de transmitir una vieja inspiración telúrica e histórica de la región andina —que pertenece a tantas naciones aquí representadas—, las palabras del Inca Garcilaso de la Vega, cuando refiriéndose a la legislación del antiguo peruano —esa legislación oral y no escrita—, dice: Tenían ley de hermandad.

Ley de Hermandad que era la que mandaba a los hombres y a las comunidades a salir a trabajar por el bien común y sin que ello llevara paga alguna.

Ley de Hermandad que se ejerció no en el ámbito del Perú de hoy, de nuestro Perú político, sino en un ámbito más amplio.

Ley de Hermandad que el mundo anglosajón nos trae con los vocablos mutual help, ayuda mutua. Ayuda mutua que se inventó aquí, que surgió del pueblo andino y del pueblo mexicano. Ayuda mutua que es una de las instituciones señeras del continente.

Por eso debemos recordar que si aquí venimos a ayudarnos a nosotros mismos, es continuando una tradición americana. Y que no lo esperamos todo de la ayuda externa porque tenemos la mirada puesta en nuestra propia voluntad de trabajo.

Por eso cuando vienen expertos a vernos, sea de los Estados Unidos o de Europa —personas bien intencionadas— versadas en finanzas y nos señalan tal o cual error de nuestra política fiscal y nos hablan del déficit como si tratara de una amenaza tremenda y dominante, nosotros siempre respondemos en mi país que si puede haber un déficit en dinero, tenemos un superávit de brazos y de voluntades. Y es basados en ese superávit, que esperamos salir adelante en la América.

En nuestro afán de mantener la mayor cordialidad con los pueblos vecinos, mi gobierno se inició honrosamente, lo digo sin falsa modestia, llamando a naciones muy queridas con las cuales ciframos esperanzas comunes, en el desarrollo de América.

Y antes de pensar en los beneficios que obtendría el Perú de esta reunión, pensamos en los beneficios que obtendría el continente sudamericano. Y yo, sin insatisfacción, comprobé que mi país no era el más beneficiado en la obra que proponía en la vertiente oriental de los Andes, porque hemos juzgado que el continente requiere del aprovechamiento de sus zonas del trópico húmedo y de sus zonas áridas: Ahí esta la gran esperanza de la humanidad.

Veamos brevemente lo que ellas nos ofrecen.

En la zona árida, tenemos la oportunidad para poner en práctica toda la técnica moderna actual —y quizás podríamos decir futura—, porque como hemos proscrito en América el uso de armas atómicas, nosotros queremos que esa energía se aplique para desviar las aguas que abundan en la vertiente oriental hacia la vertiente occidental de los Andes.

Y ayer no más, cuando sobrevolaba tremendas zonas áridas de Bolivia y de Chile, me di cuenta de lo tremendo del reto geográfico que estos países, como el mío, tienen que afrontar, en regiones de altiplano y en regiones de costa, privadas de agua, agua que pueden obtener con la desalinización producida por energía atómica u otros métodos, o por grandes obras hidráulicas de carácter continental: El mundo no puede desaprovechar la zona árida.

Y quizá la palabra del Perú tenga algún peso, porque en nuestros desiertos costeros no solamente hay pequeños oasis que nos dio la naturaleza e irrigaciones que hemos realizado con mucho empeño, sino también —cubiertas por una mortaja de arena— están las huellas de los viejos cultivos prehispánicos que nos muestran en tiempos pretéritos en que no había ni siquiera herramientas ni maquinarias, los antiguos peruanos —y digo peruanos en el sentido amplísimo de todos los hermanos de los Andes— se pusieron a trabajar e hicieron obras que han sido realzadas recientemente por [un] gran universitario [de] los Estados Unidos y han sido publicadas con mapas y con fotografías, que muestran a las claras cómo lo que ahora nos atemoriza y nos detiene, fue lo que antes estimuló la acción de hombres que trabajaban, como decía el mismo Garcilaso, a pura fuerza de brazos. A pura fuerza de brazos se construyó una gran civilización; a pura fuerza de brazos están el México prehispánico y el antiguo Perú. Y si ahora no tuviéramos caudal alguno de dinero ese no sería motivo para declararnos derrotados, sino para emprender aun ahora, a pura fuerza de brazos el desarrollo del continente.

Creo señores que, sin embargo, debemos recurrir a los medios de que hoy se dispone y que en este sentido los Estados Unidos han realizado considerables avances tecnológicos, no sólo en la incursión en los estudios científicos de la energía atómica, sino también en las grandes maquinarias que son requeridas para las obras hidráulicas. Por eso vemos con verdadero interés y satisfacción cómo en California se emprende audazmente obras de una envergadura extraordinaria; cómo el técnico no se detiene ante kilometrajes tendidos de los canales o de los túneles y la técnica que allí se ha desarrollado para la perforación de túneles es aplicable en nuestro continente sudamericano, si nosotros quisiéramos perforar la cordillera no ya en los sitios donde lo hemos hecho y lo estamos haciendo, sino en muchos otros sitios, para mejorar el transporte carretero y —por otro lado y principalmente— para permitir el paso de las aguas que fructifiquen el desierto; el paso de los gasoductos y de los oleoductos.

Es, pues, esta una tarea de estrecha colaboración entre los del sur y los del norte; de estrecha comprensión, que requiere solamente que nosotros tengamos el mismo valor de nuestros antepasados y que en los Estados Unidos, resurja el mismo espíritu de los pioneros que fueron hacia el oeste y que completaron una obra magnifica que ha sido el cimiento de esa gran nación.

Pero el mundo hambriento también ha puesto su mirada en la zona del trópico húmedo, diez millones de kilómetros de trópico húmedo de Hispanoamérica están desaprovechados: la cuenca del Amazonas, ese gigante de la fertilidad; parcialmente la cuenca del Plata, en sus zonas más remotas; y la cuenca del Orinoco. Allí tenemos una tarea común.

Y es en ese sentido que los grandes estadistas, comenzando por Sarmiento, se fijaron en una posible unión interfluvial y señalaron en el mapa de América, las posibilidades de ese hecho. Más tarde, el ingeniero Del Mazo, en Argentina, hizo una proposición concreta de una unión de las cuencas del sistema Paraná, Paraguay, Amazonas y Orinoco. Y hoy se estudia por organismos técnicos importantes en los Estados Unidos, las posibilidades de grandes represamientos, que permitan mejorar y regularizar la navegación y, que al mismo tiempo, al inundar grandes tierras de posibilidades petrolíferas, puedan constituir un teatro de operaciones más fácil ya que la exploración sobre agua es menos costosa —en ese campo— que la exploración en tierra firme.

Todo esto pues constituye un campo, para la imaginación y para la decisión, para el empleo de nuestras capacidades y de nuestras posibilidades técnicas. Y todo esto nos ha sugerido a nosotros la posibilidad de incorporar en una acción multinacional una región que compartimos: nuestro gigantesco condominio de la vertiente oriental; la posibilidad de compensar los rigores de la latitud ecuatorial con la altitud; la posibilidad de colocarnos en distintos planos, lo que ha de significar distintas producciones y lo que ha de dar a la selva baja, a la selva amazónica, una posibilidad de intercambio y de diversificación de su comercio.

El trópico ha sido desaprovechado. ¿Por qué? En el pasado, por la insalubridad principalmente. No se puede olvidar que desde el segundo de los incas, ya se hizo incursión a la región llamada del Antisuyo. No se puede olvidar que el Monarca del Cusco se vestía con las plumas de la selva. No se puede olvidar esa penetración heroica que creó en lo alto de la montaña selvática ese gran monumento de Machu Picchu. Hubo penetraciones pero no desarrollo completo, porque lo impedía la insalubridad.

En nuestro tiempo, la insalubridad ha sido derrotada; ya no tenemos el cuadro dramático de los primeros días de construcción del canal de Panamá en que la fiebre amarilla mermaba vidas todos los días. En esos comienzos la gran zanja parecía una fosa común, donde se enterraban héroes anónimos. Pero, más tarde, la ciencia domino a la fiebre amarilla y después a la malaria y a las enfermedades parasitarias y a los argo virus; la ciencia de hoy nos esta abriendo la puerta de la Amazonía y del trópico en toda la redondez de la tierra.

Antes, era una aventura incursionar allí; ahora, es un deber aprovechar esa región.

Por ello nosotros hemos juzgado que la construcción de una carretera en la vertiente oriental, que una las cuencas grandes de Sudamérica, no sólo será beneficioso para los países en que se realice la obra, sino de manera muy especial para aquellos que constituirán sus salidas naturales.

Y si alguien pregunta qué grandes puertos tendrá este sistema hidrovial, tendríamos que decir que están muy cerca, que son Buenos Aires y Montevideo; y la misteriosa y atrayente Asunción —que se desarrolla en el corazón del continente—; Paranaguá, en el Brasil, desde donde se ha hecho carretera hasta la frontera paraguaya; y este pequeño país, administrando bien sus recursos y su colaboración externa, ha logrado ya realizar en la Transchaco una obra notable que contribuirá grandemente no sólo a su propio desarrollo sino, lo que agradecemos, al desarrollo del continente. Empalmaremos allí para conectar con el sistema del Río de la Plata, que es el río de la energía desaprovechada, así como el Amazonas es el gigante de la fertilidad desaprovechada y así como el Orinoco se presenta ya como el gran río del acero, en este complejo industrial de Ciudad Bolívar.

La Carretera Marginal no es proyecto peruano ni boliviano ni ecuatoriano ni colombiano, es proyecto americano y tiende a crear una unidad en todo este continente, en la que todos participen en forma directa o indirecta. Tiene en el Pacifico, con sus ferrocarriles ya existentes que van hasta el corazón del altiplano boliviano; la Argentina con su red caminera, ferroviaria y fluvial; y el Brasil que estará unido por el Amazonas, en el cual se hacen estudios encomiables de modificaciones de carácter de represamientos, destinadas no sólo a producir energía, sino a regularizar la navegación en esa gran arteria mundial, fuente de comunicaciones y de riquezas.

Yo siempre he pensado que el Amazonas tiene una biografía propia, apasionante; pero que debe compararse con la biografía de otro gran río, la del Missisipi. Nada que se haya echo en el Missisipi, es imposible de hacer en el Amazonas. Eso depende de que las naciones que poseen en sus senos estos dos grandes tributos de la naturaleza, se pongan de acuerdo, no sólo en un saludo cordial, sino en una colaboración más profunda y más dinámica para obtener a corto plazo el bienestar que reclaman los pueblos de América.

Pero no bastaría con hablar de estas regiones áridas y húmedas —que el mundo no puede desaprovechar—, no bastaría con decir que nuestra costa desértica no significa de ninguna manera falta de generosidad del Altísimo, porque el Altísimo nos ha compensado con la riqueza ictiológica.

Y por ello una nueva tesis basada en el ideal, basada en la fraternidad mundial —y no en el tiro de cañón— fue elaborada e iniciada en el Perú por un gran jurista, el Presidente Bustamante y Rivero hace veinte años.

Y la tesis podría discutirse, quizá, si ese mismo jurista hace una semana no hubiera sido elevado al más alto tribunal internacional, como Presidente de la Corte de Justicia de la Haya. Ahí y en su ministro García Sayán, está el origen de un planteamiento novedoso y alentador para el mundo, cual es el aprovechamiento para la paz de los recursos naturales. Porque una franja bélica de tres, de nueve, o de doce millas es en todo caso una franja de muerte determinada por el tiro del cañón; mientras una franja ancha, basada en los recursos naturales —si logramos preservarlos— es una franja de vida, de esperanza.

Y las naciones ribereñas, juzgamos que tenemos la misión de defender no sólo para nosotras mismas, sino para la humanidad la riqueza ictiológica. Porque ¿de qué valdría una veda decretada por la nación ribereña, si doce millas más allá no se cumpliera, si se dilapidara, si se despilfarrara toda la riqueza que está en el mar y que tiene necesariamente que explotarse con un ritmo científico que no la destruya.

Desde luego, esta teoría de la soberanía para la paz y no para la guerra, en nada influye ni obstaculiza los principios de libre navegación, los principios de libre intercambio y simplemente trata de poner una vigilancia y un control; para que el hambre no sea mañana más grave de lo que es hoy; para que el Perú pueda contribuir con dos millones de toneladas de harina de pescado a mitigar el problema del hambre; y para que sus vecinos también puedan rendir igual favor a la humanidad.

Es en ese sentido y de ninguna manera con una actitud agresiva o arrogante que defendemos para la humanidad nuestros recursos naturales.

Pero no completaría este cuadro, por demás fugaz y superficial, de mi comentario a algunas de las conclusiones del documento, sin tocar otro punto que se ha esbozado en él; aquel que hemos llamado el Mercado Común de Valores. Siguiendo un ejemplo importante de los Estados Unidos, que uniendo cincuenta estados similares, pero no más similares que nuestras repúblicas entre ellas, ha logrado dar un gran vigor a sus emisiones, ha logrado captar el ahorro propio y el ahorro extraño; porque los valores que emiten los Estados Unidos no tienen el membrete de un solo estado, sino que tienen la fuerza que les da la unión de muchos estados; constituyen un templo sostenido en varias columnas. Y nosotros tenemos aquí veinte columnas, suponiendo que una pudiera sufrir por razones sociales o políticas o por incumplimiento en un momento de crisis, quedarían las otros diecinueve sosteniendo el edificio.

Estamos desaprovechando el nombre de Interamérica. Tenemos un banco es verdad y un banco que esta trabajando bien y al que queremos utilizar; pero ese banco hace sus propias emisiones, con su propia firma, con su propio nombre; y naturalmente los préstamos los condiciona el criterio de su directorio y de sus técnicos; directorio en el que, es verdad, estamos representados.

Pero aparte de esta captación propia de recursos por el Banco Interamericano de Desarrollo, se requiere una captación directa de nuestros gobiernos de recursos, captación para tener libertad de disponer ese dinero, captación para que nuestro mercado común en el orden comercial, pueda funcionar; porque si no tenemos recursos para asegurar al productor una vida estable, el mercado común seria siempre víctima de la especulación.

El mundo conoce, y aquí se ha expresado bien la idea, cómo se ha llegado lejos en la de especulación a la baja. Para que no haya especulación a la baja tenemos que estar en condiciones de guardar nuestro producto y de esperar que el precio cobre su justo nivel. Para eso necesitamos financiación y no la tenemos. Para eso necesitamos fondos que vengan incondicionalmente a servirnos y no a ponernos condiciones.

Por eso sin excluir el sistema que ya opera y que tiene muchas virtudes, debemos crear un mercado común de valores y nada sería más grato para el Perú que poner su nombre junto al de Ecuador, junto al de Chile junto al de Costa Rica, de Colombia y de todos los países, avalando mancomunadamente y solidariamente un valor, no para la satisfacción egoísta de las necesidades de uno solo o del más poderoso de los países, sino para la fraternal y generosa distribución de esos recursos puestos al servicio del desarrollo de un continente.

Esos son los muy breves comentarios que me sugieren algunas partes de la declaración que hemos de suscribir.

Pero quisiera agregar que me complace haber tenido la oportunidad de estrechar tantas manos amigas. Y que, con toda franqueza, aprovechando la enorme difusión periodística que tiene esta reunión, pueda rectificar algunos errores en que incurren la opinión publica de Latinoamérica. Hay la sensación de que se nos está dando una ayuda gratuita y superabundante; hay una sensación de que en los Estados Unidos se incurre en tremendos sacrificios en beneficio de unos pueblos que están con los brazos cruzados.

¡Qué error y qué error tan grande! ¡Hay que rectificarlo!

Los gastos que se hacen en Hispanoamérica son gastos de defensa de la libertad y defensa de la seguridad de los Estados Unidos; y los gastos que hacemos a menudo aquí para defendernos de guerrillas anacrónicas y extranjeras son gastos también para defender a los Estados Unidos. Porque si no hubiera una pugna entre el mundo comunista y el mundo democrático, puedo asegurar que no habría guerrillas en el continente americano.

Por eso señores, quisiera que la opinión pública americana vea con claridad que su sacrificio es paralelo a nuestro sacrificio; y que si alguien derrama sudor sobre esta tierra es el hombre común de Latinoamérica. Ese hombre al que se cita a la plaza pública y en cualquier aldea y que concurre a ella listo a dar su trabajo, ese hombre no puede ser filántropo del dinero porque no lo tiene y entonces es filántropo de su propio esfuerzo que siempre regala a la comunidad.

Hay incomprensión en Latinoamérica de las virtudes americanas y esto funciona también en sentido inverso. Nosotros no conocemos bien las virtudes del pueblo americano —en el cual yo he vivido— pueblo trabajador, cumplidor de sus deberes, esforzado, amante de la vida, pero listo a ofrendarla por la causa de la libertad. Por eso merece nuestro respeto.

Y por eso somos sus amigos francos y no incondicionales, porque un gran peruano decía: nada es más condicional y efímero que la amistad incondicional. No somos incondicionales, somos amigos que decimos la verdad y con esa fuerza reclamamos ahora —no con palabras nuestras sino con palabras de un gran presidente de los Estados Unidos— más acción, cuando dijo: Queremos acción y ¡acción ahora!

¡Acción ahora! En un momento crucial en que ese país sacrificó a gran parte de su juventud, por la libertad del continente, por esa libertad y esta linda democracia que disfrutamos.

¡Acción ahora!. Esa es la palabra de orden de la cita de Punta del Este; no acción mañana o acción después; no un eco de la cita anterior, sino una decisión de esforzarnos nosotros todo lo que podamos en el sur.

Y he pedido a los Estados Unidos que —conscientes de su responsabilidad continental y mundial— aceleren sus trámites, se esfuercen ellos también y se vuelquen a trabajar con nosotros en un ritmo mayor al que hemos estado acostumbrados en los últimos años y convenzan a su pueblo de que un dólar que invierta en Latinoamérica no es un regalo que se entrega sino una póliza de seguro que se paga para la seguridad del continente.

Y esta reunión será completamente estéril, y este acuerdo quedará como una oración no rezada ni practicada, si no acordamos realizar una reunión de representantes a muy corto plazo para verificar los resultados.

Yo ofrezco mi propia capital, Lima, que está ansiosa por abrirles los brazos a los pueblos de América, para que nuestros representantes vayan allí, en un año o en dos años, a sentarse en una mesa redonda y no a hablar de planes futuros, sino de planes ejecutados; a verificar si esto funciona, a ver si la unidad continental ha seguido siendo un vaga esperanza o si se ha convertido en una realidad palpitante.

Si no verificamos los resultados, este documento irá a los archivos de las cancillerías.

Este es un compromiso no entre veinte hombres sino entre veinte pueblos, y no tendríamos derecho de defraudar a esos pueblos.

Señores presidentes, no encuentro nada más atinado para concluir estas breves palabras, que una cita del Santo Padre, Papa Pablo VI.

En su más reciente mensaje, dice Pablo VI: “El desarrollo es el nuevo nombre de la paz”.

Y nosotros tenemos siempre en los oídos aquel mensaje: “Gloria a Dios en el Cielo y Paz en la tierra a los hombres de buena voluntad”.

Hablando el lenguaje de la hora presente y practicando las virtudes ancestrales, digamos:

¡Desarrollo en la tierra americana para nuestros pueblos!

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2 Comments:

At 2:15 p. m., Anonymous Anónimo said...

UN GRANDE!!!

 
At 2:15 p. m., Anonymous Anónimo said...

UN GRANDE!!!!!!!

 

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